Comentario
Desde el punto de vista tipológico, en este período se gesta un nuevo soporte retratístico: los monumentos funerarios emeritenses conocidos como estelas de tipo emeritense, en cuyo frente los personajes particulares insertan el retrato de sí mismo o de sus antepasados. Conviene diferenciar el grupo, teniendo en cuenta la distinta función que cada uno posee. Por un lado existen altares de estructura arquitectónica, rematando con elementos culturales como focus y pulvini, a los que se añade el busto-retrato del personaje difunto. Tal es el caso del altar con el retrato del joven Hegemon, datado en momento adrianeo; el patrón estará desarrollado en los decenios venideros con gran fortuna en la Colonia.
Otro gran bloque lo componen las denominadas estelas de pseudoedícula, monumentos funerarios de similar estructura que los altares pero sin la funcionalidad cultural de éstos. El origen de ambos tipos bien pudiera ser común: los altares votivos de carácter funerario a los que se añade, en un momento determinado, el retrato del difunto honrado. El proceso en Roma está bien documentado, existen obras en las que se ha tallado el retrato rompiendo parte del frente del altar. Posiblemente el altar fuera perdiendo su contenido cultural y degenerara en simple estructura arquitectónica para colocar, verticalmente, las estelas.
Bajo los Antoninos, mediados del siglo II d. C., los modelos monumentales de altares y estelas emeritenses siguen componiendo el grueso de la producción de los talleres coloniales. Lo más interesante es que este grupo monumental con retrato es único en la Península y se concentra sólo en esta área emeritense; los casos aparecidos fuera del territorio colonial proceden de talleres locales y son esporádicos. La repetición de algunos tipos evidencia la existencia de talleres de producción seriada, en la que se efectuaría el retrato tras la adquisición del cliente.
Sólo las estelas decoradas de la meseta y noroeste peninsular mantienen ciertas concomitancias con la serie emeritense. El patrón inspirador pudiera hallarse próximo. Los ejemplos coloniales forman la versión más próxima de los tipos metropolitanos, producto de taller bien formado en la tradición original. Las estelas de las áreas más norteñas son, a juicio de Abásolo, una interpretación local de modelos anteriores. En el análisis del grupo debemos tener en cuenta varios aspectos de éstas: el material de ejecución, no exclusivamente el mármol como en el caso de las emeritenses, los talleres que las realizan no se encuentran en zonas romanizadas ni se dirigen a una clientela exigente y, además, esta última incorpora al repertorio elementos de su más pura tradición autóctona. Lejos, por tanto, de constituir una muestra de arte secundario, de connotaciones peyorativas, este bloque es una interesante expresión de un fenómeno reinterpretativo local, con el valor que este aspecto posee. Los retratos exentos antoninianos conviven con los nuevos formatos antes citados. Llama la atención la diversidad de interpretaciones que los particulares efectúan de los esquemas oficiales. En primer lugar, es palpable un abandono del gusto clásico adrianeo. Las normas estilísticas admiten las soluciones adrianeas y, a partir de ellas, efectuarán importantes transformaciones, resultando un trabajo elaborado ajeno al canon equilibrado precedente. Dominan en las obras las notas barroquizantes, como el acusado efecto de claroscuro logrado por un relieve contrastado. Los estudios del peinado femenino y masculino resaltan las calidades del mismo mediante ondulaciones y rizos en cascada. La superficie de la carne, usando un virtuosismo técnico, logra textura casi real, de aspecto aterciopelado.Inspirados en los tipos antoninianos imperiales, los personajes particulares hispanos femeninos y masculinos generarán una extensa serie de retratos con sello propio. En la Tarraconense existen importantes trabajos de la época, destacando el retrato de una dama de Tarragona peinada a la manera de Faustina la Mayor. En Barcelona encontramos sendos bustos, masculino y femenino, que por su calidad fueron identificados con la pareja imperial de Antonino y Faustina. Las tres obras denotan el elevado nivel de calidad de los talleres del momento. Los talleres béticos no andan a la zaga. En Córdoba documentamos una serie antoniniana nada desdeñable. Todos los retratos, de índole privada, plasman variantes en el peinado en la línea de interpretación citada. De Utrera procede una obra femenina igualmente interesante. Quizá las obras de mayor personalidad y afirmación de gustos personales sean las encontradas cerca de Antequera, en la colección del conde de Colchado. El busto femenino resume los caracteres de toda una época hispana: gusta de la exageración de formas y medios. El estudio del rostro, el adorno del peinado y vestimenta reflejan la teatralidad que domina la segunda mitad de esta centuria. Tampoco el núcleo emeritense es ajeno al proceso difusor antoniniano. Contamos con un buen grupo de retratos femeninos, de los que cada uno de ellos añade algún toque peculiar y personal a la pieza; aunque el punto de origen sea idéntico, la concesión a lo anecdótico oculta el esquema inicial. Los peinados muestran todo un álbum de modelos al uso de la época. Cambian los tamaños de las ondas, moños y trenzados posteriores, pero en esencia la base es igual.